El ser humano siempre ha querido durar más y en mejores condiciones. Se ha identificado, falazmente, juventud con felicidad, pero la mocedad solo disfruta de algunos lujos que nadie puede permitirse en otras edades, por ejemplo en estar triste sin saber por qué. El padre Rubén creía que era un tesoro divino y bien que supo dilapidarlo. En cambio, el abuelo Homero estaba convencido de que la juventud, pronta de temperamento, es débil de juicio. Una especie de borrachera. El caso es que los hombres siempre han procurado mantenerla: unas veces pactando con el demonio y otras haciendo "footing" y tiñéndose el pelo.
La ciencia, que es lo único que hace revoluciones duraderas, ha encontrado el camino de la soñada fuente. Ojalá no esté seca. Hasta ahora solo había conseguido prolongar la vida, pero no por los tramos iniciales ni por el centro, sino por los últimos escalones. Todo parte de la humana resistencia a abandonar este mundo. Como en casa de uno en ninguna parte. Casi todas las personas tienen un alto concepto de sí mismas. Se miran al espejo y no entienden que un tipo como ellos puede desaparecer. Confían en seguir viviendolo, de otra enigmática manera y en otro extraño mundo. En esos rumores no confirmados de una existencia de ultratumba se basan muchas consoladoras religiones. El descubrimiento de la enzima puede hacernos eternos mientras vivamos. El caso es no resignarse a ser mortales.
Diario El mundo (3-11-2002).
Texto sacado de una actividad de clase para un examen de selectividad.
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